lunes, 30 de julio de 2012


Sube su libido y se transforma en un animal, una bestia. Y no importa hace cuanto haya comido, siempre tiene hambre y sed del dulce y caliente placer del amor. 
Acecha su presa, la camela, la atrae con su baile seductor al que pocas son inmunes y yo, como no, no iba a ser menos.
Me dejo llevar, me dejo comer y saborear. Una batalla entre cuerpos, una guerra perdida. Nos sobra ropa, nos sobra piel.
 
Su saliva en mi boca, en mi pecho, en mi vientre...
Éxtasis, pérdida de la razón, del sentido, de lo ético y la moral.
 
Y comienzo a gritar. La presión de sus dedos en mi carne, dibujando la silueta de su espalda con mi lengua, sentir su corazón a galope acompasado con el mío, caer rendida, volver a empezar, ansiosa. Lujuria, gula, el pecado, la fruta prohibida. Pero no temo al castigo, morir quemada en el infierno, un bajo precio en comparación con el descontrol que siento sobre mi cuerpo cuando él se acerca dispuesto a cazar.

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