lunes, 30 de julio de 2012


Perfecta es la imperfección y sí, aunque suene paradójico, que venga quien quiera a demostrarme lo contrario que yo soy capaz de desinflar argumentos vacíos a partir de hechos. Y si no, que alguien me muestre la verdadera perfección, el modelo ideal, el canon perfecto y es que, como dije antes, solo la imperfección es perfecta, teniendo en cuenta que esta última no existe.
Semejante antítesis no puede quedar en el aire al criterio de cualquiera que se atreva a descifrarla, debe ser explicada, de pe a pa, con puntos y comas, con pelos y señales.
Comencemos por usar una metáfora, una sencilla. Rosas, parecen perfectas, me atrevería a afirmar su perfección pero más allá de su belleza se esconde el dolor punzante de sus espinas que la convierten en la flor mas bella, deseada y con la que más cuidado se ha de que tener. Pero, el dolor sentido tras sangrar con una de sus espinas compensa con el placer que produce su olor, textura y sencillez. Y es que la vida es como una rosa. Preciosa y perfectamente dolorosa.
La felicidad no es una variable constante, esta es una recta de lo mas irregular, llena de altibajos, de curvas, de momentos sangrantes y de momentos hermosos y por ello no debemos desaprovechar los instantes en los que una sonrisa inunda nuestras caras y tratar de aprender de las espinas que agarramos pensando que vale la pena sangrar por una rosa que, aunque tarde o temprano se pudrirá, permanece en esencia en el recuerdo de cada una de las demás flores del jardín.

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