Desde lo más tierno hasta lo más duro. Eres cambiante y a la vez fijo en tus ideas, eres cabezota, capaz de diferenciar el bien del mal e incapaz de reconocer infinidad de errores que consiguen sacarme de mis casillas. Cubres tus miedos con cemento, hormigón y acero, a prueba de balas, un muro infranqueable a menos que permitas al caminante descansar entre tu maraña de sentimientos, miedos, orgullo adquirido y humildad natural.
Hoy recuerdo lo privilegiada que llegué a ser y lo que hoy soy. Tu fortaleza se ha convertido en una prisión de donde no se escapa nada más que el dolor transformado en balas de plata cuya finalidad es evitar la entrada de cualquier depredador o, peor, de alguien que logre entrar, reposar, reconstruir la confianza y el corazón para luego volver a destrozarlo todo dejando una evidente cicatriz que, con el paso de los años, se va resistiendo a sanar del todo.
Desde lejos veo lo que antes fue mi hogar, mi refugio y tan solo siento pavor y un dolor agudo en el pecho cada vez que toco a la puerta y la respuesta es una estocada en las costillas o simplemente un silencio ensordecedor que llega a desgarrar y desmoronar la fachada que he decidido construir para refugiarme de bandidos y besos cargados de "te echo de menos" con guarnición de "pero no vuelvas".
Sea como sea ahora estoy fuera, observando en lo que te has convertido, sabiendo que probablemente andes demasiado ocupado como para asomarte al balcón y darte cuenta de que aunque parezca que todo ha terminado lo que vivimos continua existiendo y así será por siempre. Porque pudimos cometer mil errores, pudimos corregirlos o no, pero una cosa es cierta: el amor fue innegablemente verdadero y sea lo que sea, pase lo que pase, jamás podré arrepentirme de vivir junto a ti, fortaleza de naipes, el error más acertado de todas las faltas a corregir.
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