lunes, 24 de septiembre de 2012



Todavía estaba ahí. Lo veía cada día. Un simple cepillo de dientes. Un simple objeto transformado en un amuleto de esperanza. Un amuleto que atraía los recuerdos, la felicidad y la nostalgia. 
Vi el cepillo de dientes, lo cogí, lo miré y volví a guardarlo. Me paré a pensar un poco. Volví a cogerlo, lo miré de nuevo y lo tiré a la basura. ¿Para qué tenerlo ahí, guardado, torturándome cada vez que abría el ropero del baño? Él no iba a volver quisiera o no. Yo no iba a permitir más juegos así que sus cosas aquí estaban de más.
Fue como cerrar un capítulo, abrir otro. Cerrarlo y abrir puertas, sin miedo, con cuidado y precisión.
Tengo nuevas expectativas y la esperanza no la he perdido. 
Tengo momentos de locura, lo echo de menos y a veces miro el hueco que dejó el maldito cepillo pero, la mayoría de las veces, tras guardar el mío en el armario, sonrió, apago la luz del baño y continúo viviendo.

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